CAPITULO IV
ENEMIGO A LAS ESPALDAS
Pocos, Pero en muy Altos Puestos.
Un Brazo de
El Terrible Engaño que Sufrió Polonia.
Nuevos Esfuerzos de la “lnfiltración"
Consigna Secreta: “Sabotear al Ejército"
Los 30,000 “Muertos de Rótterdam”
Entonces era Monstruoso Hablar de Paz.
Plan Contra
Amargura y Acción de los Infiltrados.
POCOS, PERO EN MUY ALTOS PUESTOS.
Los enemigos del régimen de Hitler dentro de Alemania eran una pequeña minoría, pero ocupaban muy altos puestos.
El escalafón y los estudios especializados iban decidiendo en el ejército los ascensos y tos nombramientos. Por estas circunstancias el general Ludwíg Beck se convirtió en Jefe del Estado Mayor General.
Beck quería reanudar el acercamiento con el Ejército Rojo y secretamente mantenía contactos con el Dr. Goerdeler, jefe de la infiltración en la rama civil y con el líder sindical procomunista Guillermo Leuschner.
Además, Beck se hallaba vinculado con el grupo conspirador que se ocultaba en el Servicio de Contraespionaje, encabezado nada menos que por el jefe de ese servicio, el Almirante Canaris.
A la muerte del mariscal Hindenburg, presidente de Alemania, ocurrida el 2 de agosto de 1934, el ejército prestó juramento a Hitler: “Yo hago ante Dios este juramento sagrado de que prestaré obediencia incondicional al Führer del Reich y del pueblo alemán, Adolfo Hitler, Comandante en jefe de
Y ante la bandera, las tropas juraban: "El juramento a la bandera es la obligación solemne del hombre alemán, al entrar en el ejército de entregarse con su cuerpo y su vida por el Führer, el Reich y el pueblo según los deberes del soldado alemán… El honor del soldado está en la entrega incondicional de su persona por el Pueblo y
El nuevo ejército ostentaba en la hebilla del cinturón el lema: "Gott Mit Uns" (Dios con nosotros).
Ludwig Beck estaba apesadumbrado por el juramento y llamó al 2 de agosto "el día más nefasto de mi vida". (1)
En los meses siguientes varios acontecimientos determinaron que el grupo de conjurados se inquietara aún más y activara sus esfuerzos.
(1) El Estado Mayor Alemán.- Walter Goerlitz.
Hitler hizo proclamar en Nurenberg (septiembre 15 de 1935) las llamadas Leyes de Nurenberg. Estas consideraban que siendo la población judía una minoría tan pequeña, tan reacia a fusionarse y tan unida en sus propias creencias y en sus propósitos políticos raciales, no debería ejercer una influencia tan grande como la que ejercía en la vida pública alemana. Por tanto, estas leyes limitaban dicha influencia del siguiente modo: los judíos no podrían ocupar puestos públicos; cesaría su control sobre periódicos y difusoras; sus libros quedaban fuera de circulación, lo mismo que sus revistas pornográficas o de campaña antinatal sus obras teatrales, tan frecuentemente inmorales o disolventes, quedaban prohibidas; en las finanzas no podrían realizar operaciones de agio o especulación, etc., etc.
Antes de que esas leyes fueran promulgadas, e incluso antes de que Hitler llegara al poder, ya el Congreso Judío Norteamericano le había declarado la guerra a Alemania. El famoso rabino Stephen Wise refiere en su libro "Años de Lucha" todos los esfuerzos que realizaban (dentro v fuera de Alemania) para evitar el ascenso de Hitler. Dice que al principio muchos de los líderes hebreos creían (lo mismo que Stalin) que Hitler no llegaría a ser canciller, o que lo derribarían rápidamente. En cuanto lo vieron triunfar se reunió en Ginebra
Por otra parte, Hitler firmaba una alianza con Italia y Japón, contra el comunismo internacional, y avanzaba en su intento de ganarse la amistad de Francia e Inglaterra. Con esta última firmó un Tratado Naval (junio 18 de 1935), que cedía a los ingleses la supremacía en el mar. La crisis de Austria fue resuelta pacíficamente, y Alemania y Austria se unieron en una misma nación, partiendo de la realidad de que eran un mismo pueblo.
Todo esto inquietaba a
Checoslovaquia era un país inventado al terminar la primera guerra mundial, con jirones de territorio y de habitantes arrancados e Alemania, a Eslovaquia y a Hungría. No correspondía, pues, a una realidad étnica ni política. Pero era una especie de puñal en "el bajo vientre de Alemania”. Hitler trataba de remover este obstáculo para su proyectada marcha hacia
(1) Diez años después se escogió simbólicamente a Nurenberg para ahorcar ahí a los jefes alemanes prisioneros.
Al enterarse de eso Ludwig Beck (jefe del Estado Mayor General) apremió a varios generales a dar un golpe de Estado. Los generales Stuelpnagel y Witzleben apoyaban a Beck. El jefe del ejército, general Brauchitsth, era apolítico, pero Beck le decía que urgía evitar la guerra y así logró que Brauchitsch aceptara participar en el golpe.
Hitler sentía cierta resistencia a sus planes en el Estado Mayor General y reunió a los generales para explicarles su política. La mayoría lo apoyaba.
El general Beck quiso forzar las cosas y el 18 de agosto presentó su renuncia, esperando provocar así una crisis que arrastrara a otros, pero no lo logró. Hitler le tomó la palabra a Beck y en su lugar nombró como jefe del Estado Mayor General a Franz Halder.
Pero resultó que Halder también había sido ganado por la conjura, aunque con un móvil bien distinto al de la conjura misma. Halder no simpatizaba con
Las tropas de los generales Witzleben y Hoeppner, en Berlín y Postdam, tomarían la capital y capturarían a Hitler. El general Beck, (en esa fecha comandante de un grupo de ejército) y el general Von Stuelpnagel, cuartelmaestre superior, secundarían el golpe inmediatamente.
Pero poco después de tomada esa decisión, Brauchitsch y Halder se enteraron de que la crisis de Checoslovaquia apuntaba hacia un arreglo pacífico (con la conferencia de Hitler y Chamberlain) y cancelaron todo lo planeado. Ambos habían sido transitoriamente víctimas de la infiltración mental.
En cambio, los infiltrados natos, como Witzleben, Beck, Canaris, el ministro Schacht y otros, estaban furiosos porque el golpe se había pospuesto. Todavía el 28 de septiembre intentaron empujar a Brauchitsch y a Halder, pero éstos se negaron a actuar diciendo que Hitler iba logrando resolver pacíficamente lo de Checoslovaquia y que no ocurriría la fulminante derrota de que se les hablaba.
Sin el apoyo del comandante del ejército (general Brauchitsch) y del jefe del Estado Mayor (general Halder) los infiltrados se vieron forzados a posponer sus planes, para los cuales seguían tendiendo redes.
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